Estos tratamientos experimentales se caracterizan precisamente por su falta absoluta de control. En los últimos años han proliferado clínicas que ofrecen, mediante vigorosas campañas demarketing, el milagro de la medicina regenerativa. Este “turismo de células madre” viene atrayendo a enfermos desesperados a países como Rusia, China, Tailandia y otros lugares de Asia, pero ya alcanza al mundo más desarrollado: en Japón hay compañías que promocionan terapias celulares contra el mal de Alzheimer, la diabetes o las lesiones de médula espinal. En Colonia (Alemania), el centro XCell ofrece células curativas para males como la esclerosis lateral amiotrófica (la enfermedad paralizante que padece el popular físico Stephen Hawking) o la disfunción eréctil. Las ofertas abarcan incluso a desórdenes cromosómicos como el síndrome de Down. Muchas de estas compañías tratan a sus pacientes fuera de sus fronteras, en lugares cuya regulación es escasa o nula, después de haber transferido cantidades que en muchos casos comienzan a partir de 20.000 dólares.
Las técnicas de venta son muy hábiles. Bajo una apariencia respetable y médicos con un currículo de prestigio, las clínicas cuelgan en Internet los testimonios de los pacientes: las células funcionan. Cualquier mejoría es exagerada automáticamente. Y las terapias están a la última, pues son objeto activo de investigación. En ningún lado se habla de aprobación por parte de las autoridades sanitarias. Douglas Sipp, director de comunicación científica del Centro RIKEN para el Desarrollo Biológico en Japón, se ha hecho eco de este “turismo celular” en la revista Science. “Es un fenómeno reciente, aunque hay muchas clínicas rusas que han estado realizando estos tratamientos durante algún tiempo, de acuerdo con lo que explican sus páginas web”, comenta Sipp a El País Semanal en conversación telefónica desde Japón. “La excitación que produjo el descubrimiento de las células embrionarias humanas en 1998 ha derivado en que la gente hable de las potencialidades de estos tratamientos. Y algunas empresas no han esperado a que se realicen los ensayos clínicos para comercializar las células madre para tratar enfermedades en las que no hay evidencias de que funcionen”.
“La mayoría de las terapias basadas en células madre son procedimientos médicos experimentales, y los riesgos y beneficios resultan inciertos”, insiste por su parte el profesor Martin Pera, fundador del centro Eli y Edythe Broad para la Medicina Regenerativa e Investigación de Células Madre de la Universidad de Southern California (EE UU). Sin extensos estudios preclínicos de seguridad y eficacia detrás, cualquier terapia celular es una quimera. “Los pacientes deberían evitar las clínicas que no siguen estos criterios”, advierte este experto.
Pero el mensaje que escuchan estos enfermos es otro. Las bondades de las células madre, embrionarias o fetales, la promesa a la vuelta de la esquina para atajar enfermedades incurables, han tronado en las noticias de la televisión, artículos y noticias no bien contextualizados. Muchas veces se confunde presente con un futuro aún lejano. Douglas Sipp admite que parte de esta distorsión se ha amplificado por los medios, pero son éstos los que descubren el fraude. Las terapias de células fetales han alimentado un mercado de fetos humanos procedentes de Ucrania y vendidos para su comercialización en clínicas del Caribe como el Instituto de Medicina Regenerativa de Barbados, algo que fue desvelado por una investigación de la BBC, lo que desembocó en el cierre de esa clínica. El diario Los Angeles Times publicó en 2005 un reportaje de investigación de un hombre llamado Tom Hill que sufría de esclerosis lateral amiotrófica y que recurrió a una de estas empresas, Biomark International, para recibir un tratamiento de células fetales, atraído por la propaganda de la empresa. Hill acudió a Toronto en julio de 2003 para recibir una inyección de 1,5 millones de células, por las que envió previamente una transferencia de 10.000 dólares a un banco de Atlanta, esperando mejorías en unas ocho semanas. Murió ocho meses después. La Agencia Federal de Alimentación y Fármacos (FDA o Federal Drug Administration) intervino las cuentas bancarias de Biomark y la cerró. Más de 220 pacientes habían recibido inyecciones. “No dispongo de estadísticas, pero muchos de los sitios web de estas clínicas ahora aseguran que han tratado a varios centenares de pacientes al año, y en el caso de una web china, a varios miles”, indica Sipp. En su opinión, no resulta exagerado afirmar que cada año miles de pacientes se someten a estas terapias.
La venta de falsas promesas científicas ensombrece un campo de investigación cuya potencialidad médica es innegable. “Cuando piensas en las enfermedades por las que gente mayor enferma y muere, como las del corazón, las dolencias neurodegenerativas y varios tipos de cáncer, se trata de enfermedades en las que las células se están deteriorando”, ha indicado Jonathan Slack, director del Instituto de Células Madre de la Universidad de Minnesota, a la web de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAC). “En el caso del cáncer, se trata de una destrucción mecánica de los tejidos por los tumores. Así que, teóricamente, podrías curarlas si retiras las células dañadas y las reemplazas por las sanas”.
Es un largo camino que debe recorrer aún la ciencia médica. Dos acontecimientos recientes van a revitalizarlo. El presidente de EE UU, Barack Obama, firmó a principios de marzo una orden ejecutiva por la que levantaba las restricciones que pesaban sobre la investigación de células embrionarias humanas con fondos federales en EE UU. Y la FDA aprobaba a finales de enero el primer ensayo clínico con células embrionarias humanas mediante su inyección en la espina dorsal de diez personas con lesiones medulares no más antiguas de dos semanas. La empresa que lleva el tratamiento, Geron, había solicitado permiso a la FDA un año antes, pero le fue denegado por información insuficiente, a pesar de los miles de folios remitidos –cerca de 21.000–, las decenas de millones de dólares invertidos y los ensayos clínicos en los que ratas paralizadas volvían malamente a andar. Los vientos políticos en la primera superpotencia científica son favorables. “La prohibición ha sido levantada, pero no habrá fondos federales hasta que los institutos nacionales de la salud desarrollen asesoramiento ético para la investigación”, indica por correo electrónico a El País Semanal Mark Frankel, director del programa Scientific Freedom, Responsability & Law Program (Programa de Ley, Responsabilidad y Libertad Científica) de la AAAC. “En general, el público americano apoya la iniciativa de Obama”.
A pesar de ello, los científicos contienen ahora el aliento por si algo sale mal con este primer ensayo clínico en los lesionados medulares: células fuera de control, tumores indeseados… “Sería un desastre, una pesadilla, si nos encontramos con problemas así en este primer ensayo”, ha declarado el doctor John A. Kessler, director del Centro de Células Madre de la Universidad Northwestern, a The New York Times.
Las precauciones no son pocas. “Este ensayo empezará a finales de año, y en su primera fase se determinará la seguridad”, indica Martin Pera. Nadie cree seriamente que los pacientes paralizados salten de sus sillas de ruedas tras el tratamiento. Aunque, por si acaso, los más optimistas esperan con el rabillo del ojo algunas mejorías; las células inyectadas son las precursoras de los oligodendrocitos, que actúan como células de apoyo a las neuronas y que fabrican la mielina, una sustancia aislante que recubre las fibras nerviosas, esencial para que la señal se transmita de una neurona a otra. En los enfermos medulares, las señales se han interrumpido. Una ganancia leve en la movilidad, ayudada por la rehabilitación, sería un éxito. Si los datos ayudan, la compañía pedirá la aprobación para extender el ensayo a más enfermos con lesiones más severas y dosis más altas.
Quizá no ocurra nada. ¿Estaríamos frente a un fracaso? Sí y no. “Las células embrionarias humanas fueron identificadas hace unos diez años, y ahora se acaba de aprobar el primer ensayo clínico”, nos matiza James M. Wells, director del departamento de células pluripotentes de la Fundación para Investigación del Hospital para Niños de Cincinnati (EE UU) y uno de los más reputados investigadores en este campo. “Todavía no se ha determinado su seguridad en los humanos. Se han empleado de forma segura en animales usados como modelos de enfermedades, mientras que otros estudios han mostrado la formación de tumores benignos llamados teratomas”. Martin Pera admite: “Hay preocupaciones sobre la seguridad de los productos derivados de las células madre. Pero hay varias estrategias ya disponibles para prevenir la formación de tumores”.
En otras palabras, es aún muy pronto. La búsqueda de la célula perfecta, aquella capaz de transformarse en músculo, nervio, hueso, piel o en una fábrica de insulina, el Santo Grial de la Biología, terminó a finales del siglo pasado, cuando dos investigadores estadounidenses, John Gearhart y James Thompson, aislaron respectivamente células madre del tejido reproductivo de fetos humanos y aquellas procedentes de los propios embriones. Pero es una historia de apenas diez años. El fin del principio.
Hay un segundo ensayo clínico que espera también autorización, esta vez en el Reino Unido, para tratar una enfermedad del ojo llamada degeneración de la mácula, una dolencia que desemboca en la pérdida de visión en la parte central de la retina. Investigadores británicos esperan conseguir la aprobación de su Gobierno para ensayar entre 2010 y 2011 en enfermos un tratamiento a base de células del epitelio de la retina derivadas de células embrionarias.
También hay cierta confusión que conviene aclarar. Las células embrionarias exhiben la plasticidad necesaria para convertirse en cualquier tipo de tejido, requisito indispensable para que el embrión pueda crecer y desarrollarse. En contraposición, las células madre adultas, presentes, aunque en número escaso, en muchos tejidos humanos, sólo se especializan en formar el tejido al que pertenecen. El rechazo inmunológico ocurre si se trasplantan células madre adultas de un individuo a otro, y eso no excluye a las embrionarias o las que deriven de ellas. Es uno de los grandes escollos. Sin embargo, las células adultas sí curan. Actualmente se usan contra ciertos tipos de leucemia –trasplantes de médula ósea o inyecciones de células hematopoyéticas para reponer la sangre– y algunos tipos de anemias y desórdenes del sistema inmunológico. El pasado marzo, médicos españoles en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla anunciaron el éxito de un tratamiento llevado a cabo en Andrés, un niño de siete años que sufría una forma de anemia congénita. El muchacho recibió un trasplante de células madre adultas del cordón umbilical de su hermano –el cual había nacido libre de la enfermedad gracias a un diagnóstico genético previo– y vio restablecidos sus niveles de hemoglobina.
Pero el éxito de estas terapias hay que enmarcarlo en el tiempo desde que se produjo el hallazgo, recuerda James Wells. “Las células madre adultas de la sangre fueron identificadas hace 60 años, y es en las dos últimas décadas cuando los investigadores han averiguado la forma de usarlas para el tratamiento de las enfermedades de la sangre”. ¿Podemos esperar un milagro parecido con las células embrionarias? En su opinión, hay una lista corta de enfermedades que son candidatas a someterse a terapias con este tipo de células en el futuro, pero la espera puede ser larga: el párkinson, la diabetes, las dolencias cardiovasculares y la enfermedad crónica del hígado. “Para la mayoría de las enfermedades, las terapias basadas en células embrionarias humanas están aún en desarrollo anterior a la fase clínica, en la fase de laboratorio”, afirma Martin Pera.
Por otra parte, la orden ejecutiva de Obama levanta las restricciones del uso de fondos federales impuesta por el anterior presidente, George W. Bush, para la investigación de células madre embrionarias. En realidad, el asunto es un poco más complejo. En 2001, Bush sí permitió fondos limitados para investigar algunas líneas celulares que habían sido derivadas de embriones humanos, algo que fue prohibido por una ley de 1996, llamada Dickey-Wicker, que impedía usar los impuestos de los estadounidenses para crear y destruir embriones en busca de sus células madre. Sin embargo, la experimentación con embriones es legal en EE UU siempre que se haga con fondos privados (en España, la creación de embriones humanos exclusivamente con fines de investigación está prohibida por la ley de investigación biomédica de 2007, pero se permite la obtención de sus células para investigación siempre que los embriones no se hayan creado para este fin). Obama ha levantado el pie del freno, aunque el poder para anular la ley Dickey-Wicker no depende de él, sino del Congreso.
Hasta que eso no ocurra, si es que sucede, los investigadores no podrán crear sus propias líneas celulares embrionarias, aunque sí podrán acceder a centenares de estirpes celulares embrionarias que ya existen. Habrá más fondos públicos disponibles, en cualquier caso. “Creo que acelerará algunos proyectos y quitará un montón de burocracia para otros”, opina Jonathan Slack por correo electrónico. “Y va a mejorar la imagen internacional de la ciencia norteamericana más allá de sus fronteras”.
Durante este año, es probable que la controversia política acerca de los propios embriones y la posibilidad de ser usados como fuentes de células –previo consentimiento de los donantes– se acentúe por la iniciativa de Obama. Pero los últimos avances en ingeniería celular están dejando perplejos incluso a los más escépticos. Los investigadores han dado con un arma formidable, las llamadas células pluripotentes inducidas (en inglés, pluripotent stem cells o iPS): la técnica consiste en tomar células diferenciadas de una persona (la piel, por ejemplo) para reprogramarlas, mediante virus y otros procedimientos, y convertirlas en células con características de embrionarias. Ambas estirpes celulares “son idénticas en sus propiedades”, asegura Jonathan Slack. En lo que llevamos de 2009, los investigadores han logrado cultivar estirpes celulares embrionarias a partir de enfermos, y, en su opinión, este tipo de células constituyen el candidato ideal para estudiar las enfermedades y llevar a cabo las futuras terapias celulares. La técnica se está refinando hasta el punto de fabricar células embrionarias libres de los virus introducidos en ellas para reprogramarlas. Las células iPS ofrecen “ una técnica muy prometedora, ya que puede usarse para generar células madre específicas e idénticas del propio enfermo para una terapia”, asegura James Wells. “En el futuro, un paciente que padece la enfermedad de Parkinson acudirá a la clínica y se le practicará una biopsia de la piel. La clínica creará entonces células madre para transformarlas en nuevas neuronas para el enfermo”. En teoría.
Las células inducidas o iPS, al fabricarse del propio individuo, podrían salvar posturas irreconciliables, la de los partidarios y la de los detractores que niegan toda experimentación con células embrionarias humanas. Si el progreso no se detiene, es muy posible que estas células acaben con las trifulcas políticas entre grupos religiosos y conservadores y la izquierda. En el mejor de los casos, podrían convertirse en la fuente inagotable de células flexibles y maleables con la que sueña la medicina regenerativa, desplazando a las células genuinas procedentes de los embriones. “No está aún claro si estas células inducidas son equivalentes a las embrionarias a la hora de generar cualquier tipo de tejido o si pueden permanecer estables durante el cultivo in vitro”,indica Pera, “pero son una gran promesa, quizá la mejor manera de generar grandes bancos de células madre para minimizar el problema del rechazo después del trasplante”.
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